Marido y yo somos fanáticos del cine. Cada vez que tenemos par de pesos, porque el precio de las taquillas sube pero el sueldo se queda igual, arrancamos para allá. Antes, nos fastidiaba que, luego de escoger lo que creíamos eran buenos asientos, se nos sentara al lado una pareja con un bebé o un familión.
"Qué chavienda, ¡no vamos a escuchar la película!"
Y luego llegó Valentina a nuestras vidas y nos vimos al otro lado del espejo. Su primera película fue a sus dos semanas de nacida, Terminator: Genisys, y se portó de maravilla. Claro, estuvo pegada a la teta casi todo el tiempo que estuvimos en sala, pero eso no viene al caso. Su penúltima película fue Batman v Superman: Dawn of Justice, casi cumpliendo su primer año de vida, y fue un desastre lo suficientemente chévere como para pensarlo dos veces cuando nos entran ganas de ir al cine.
Lloró, gritó, "comentaba" sobre lo que veía. Papá y yo nos "turneábamos" caminando por la sala con la nena, entre miradas cargadas de los presentes, rogando a Dios que se tranquilizara para que no fueran a pedir que nos sacaran de la sala. Y porque, ¡rayos, queríamos ver el encuentro entre los superhéroes! ¡También la anticipamos! ¡También pagamos las taquillas!
Con una mezcla de frustración, vergüenza y enojo, terminé de pies, con la nena a hombros, en una esquina cerca de la salida. Al poco rato, otra mamá se apareció con su propio peque inquieto y sentí una solidaridad y comprensión silenciosa entre ambas; cosas que solo se llegan a comprender cuando se tiene hijos. Aquí esperando que otros lleguen a sentir esa empatía y que entiendan que los niños son impredecibles, no todos contamos con niñeras, pero también queremos ver esa película en el cine.

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